1. Introducción
2. Descripción y comportamiento
3. Daños en el cultivo
1. Introducción
El gusano cogollero es una de las principales plagas que ataca a los cultivos de maíz, inicialmente en el sur de Estados Unidos, México y también en las regiones de Sudamérica, aunque el continente americano no es su única zona de ataque, ya que en 2016 este insecto fue introducido en algunos países de África. Posteriormente, se ha dispersado en 2019 por el sur de Asia, incluyendo India y China, llegando finalmente a Australia en 2020. Podemos decir, por tanto, que es una especie muy extendida por todo el mundo.
Pero, además de su gran dispersión, este insecto no se alimenta solamente de las plantaciones de maíz, sino que coloniza numerosas especies vegetales como sorgo, algodón, gramíneas y hortalizas, entre otras. Se le ha asignado el término “cogollero” por sus hábitos alimenticios en el cogollo de las plantas, aunque bien es cierto que puede atacar cualquiera de sus estados, desde plántulas recién sembradas hasta las mazorcas justo antes de la cosecha.
2. Descripción y comportamiento
El gusano cogollero del maíz (Spodoptera frugiperda) pertenece al orden de los lepidópteros, considerado como uno de los de mayor importancia que afectan al desarrollo y crecimiento de la planta de maíz (Reséndiz et al., 2016). Se distribuye principalmente por las zonas tropicales y subtropicales, atacando numerosas especies vegetales de importancia económica, aunque este insecto plaga muestra una destacada predilección por las gramíneas, tanto cultivadas como silvestres (Vélez, 1985; Escalante, 1974; Sifuentes, 1971).
El comportamiento polífago de este gusano queda bastante claro, atacando a diferentes familias. Dicho estudio refleja como los más afectados son los cultivos de maíz, algodón, alfalfa, lino, tomate, papa, soja, sorgo, arroz, maní y poroto.
S. frugiperda puede atacar diversas partes de la planta, pudiendo actuar como defoliadora, cogollera, cortadora, granívora e incluso como perforadora y barrenadora. Todo dependerá del hospedero que se trate, así como de su estado de desarrollo.
En cuanto a su biología, cada hembra se estima que ovipone unos 1,000 huevos a lo largo de su vida, agrupados en masas que promedian de 100 a 150 huevos cada una (Murúa y Virla, 2004; Murúa et al., 2008). Estas posturas están cubiertas por hilos de seda y escamas de coloración grisácea (Valverde et al., 1995). Además, existe una preferencia sobre las plantas más jóvenes para realizar la oviposición.
Los huevos son esféricos, blanquecinos, estriados y con un diámetro de 0.5 mm, los cuales no son siempre depositados en alguna zona de la planta. Cuando se producen grandes explosiones poblacionales pueden encontrarse en lugares tan diversos como postes de luz, paredes, alambrados, etc. (Cruz, 1995). No obstante, en los cultivos como el maíz, independientemente de su estado fenológico, son colocados sobre las hojas, en la parte media de la planta, preferentemente en el envés y/o en la zona basal de las mismas (Valverde et al., 1995; García Roa et al., 1999; Clavijo y Pérez Greiner, 2000; Murúa et al., 2009).
Una vez que han emergido, las larvas permanecen agrupadas en las partes bajas de la planta, refugiadas entre las hojas y alimentándose del corion de los huevos. Después, si el cultivo huésped no es el adecuado, migran a otro, a través de un hilo de seda, en busca de alimento. Las más jóvenes comen durante el día mientras que los últimos estados muestran mayor actividad durante la noche.
Por otra parte, la edad de la planta puede ser un componente determinante a la hora de soportar el ataque, si éste presenta un nivel ciertamente elevado. En este sentido, observaciones hechas por Harrison (1984) indicaron que plantas infestadas con larvas en los 15 primeros días desde su germinación eran menos tolerantes que las infestadas en estados más desarrollados.
El periodo larvario dura unos 25 días de media, pasando generalmente por seis estados (Artigas, 1994; Murúa et al., 2003; Murúa y Virla, 2004; Murúa et al., 2008). Según el estudio de Rezende et al. (1994), para completar su desarrollo, las larvas consumen un promedio total de 179.7 cm2 de superficie foliar de hojas de maíz y dejan de alimentarse justo antes de alcanzar el último estado larval. Éstas pasan inadvertidas hasta que alcanzan 20-25 mm, cuando son detectadas por sus daños en hojas, las cuales ya están perforadas en el momento de desplegarse.
En el momento de la pupa, se entierran en el suelo entre 3 y 5 cm de profundidad, donde forman una cámara en la que permanecen 10 días aproximadamente, para emerger finalmente como adultos. El ciclo completo puede durar entre 35 y 40 días, dependiendo de la temperatura y la humedad (Artigas, 1994; Valverde et al., 1995; Murúa et al., 2003; Murúa y Virla, 2004).
3. Daños en el cultivo
Los cultivos de maíz se ven atacados en todos sus estados fenológicos, aunque parece que existe una marcada preferencia de las larvas por las plantas más jóvenes (Murúa et al., 2006). Las larvas no se presentan al mismo tiempo, ya que los adultos ovipositan en diferentes sitios y en horas distintas, por lo que es común encontrar en el cultivo larvas de todas las edades (Jaramillo et al., 1989). De este modo, la plaga se presenta con frecuencia bajo diferentes niveles o intensidades de ataque, causando una disminución variable del rendimiento, pudiendo ocasionar la pérdida total de la plantación si su incidencia y nivel de daño son muy elevados.
Por tanto, existen diferencias en la gravedad del daño ocasionado a la planta, desde leve hasta su destrucción total, según las condiciones climáticas de la zona y el manejo del cultivo. En el caso del maíz, las larvas pueden actuar de dos tipos diferentes durante los primeros días de desarrollo de la planta:
En el primer caso (corte de plantas), las menos afectadas pueden volver a crecer, pero con el correspondiente retraso en relación a las otras. En los ataques al cogollo, la situación es más compleja, pudiendo producirse una defoliación parcial o total. Conforme el cultivo va creciendo (de seis hojas en adelante), el daño se desplaza al cogollo.
Las larvas recién nacidas se alimentan de un lado de la hoja, dejando la capa de epidermis del lado opuesto intacta. A partir del estado larval II o III comienzan a perforar las hojas. Cuando se alimentan en el punto de crecimiento (denominado cogollo) producen un tipo de daño característico que consiste en una fila de perforaciones.
Las larvas más grandes causan una intensa defoliación y, a menudo, dejan solamente las nervaduras y los tallos. Además, comienzan a alimentarse del cogollo destruyendo el potencial de crecimiento de la planta, quebrando las hojas y reduciendo su capacidad fotosintética.
En la última parte de esta etapa del cultivo, las larvas pueden causar daños a la mazorca que se desarrolla dentro de la hoja bandera, aunque su importancia es muy relativa. Una vez emergida la mazorca, las larvas ya no pueden alimentarse del cogollo, recurriendo entonces a las espigas en desarrollo o a las hojas. El daño provocado en los estigmas reduce la polinización y produce una disminución de granos por espiga. Así, al alimentarse de los granos causan pérdidas directas en la mazorca (Lobos, 1989; Willink et al., 1991, 1993; Cruz, 1995; Bentancourt y Scatoni, 1996).
Además de los daños directos ocasionados por la alimentación, el gusano cogollero propicia la incidencia de otras plagas como la mosca de los estigmas (Euxesta stigmatias), la cual se considera como plaga ocasional o secundaria en el maíz, aunque puede causar pérdidas económicas significativas (Camacho-Báez et al., 2012).
Los daños causados por plagas y enfermedades en los cultivos de maíz del mundo se sitúan alrededor del 30 % de la producción. En este sentido, no resulta fácil establecer unos datos concretos acerca de los daños provocados por el gusano cogollero en plantas de maíz, aunque se estiman valores comprendidos entre el 13 y el 60 % del total, incluso alcanzar el 70 % de toda la producción.
Con el objetivo de ajustar y cuantificar dichas pérdidas en función del nivel de la infestación, se han elaborado modelos matemáticos (Harrison, 1984; Hruska y Gladstone, 1988) que plantean un modelo lineal de regresión para estimar las pérdidas en rendimiento, así como su progresión en cultivos de maíz.
A este respecto, es preciso reseñar el estudio realizado por Jaramillo et al. (1989), en el que se evalúa el daño causado por S. frugiperda a las plantas de maíz, mediante dos métodos de cuantificación: proporción de plantas atacadas e índice de daño. El primero es recomendado por los autores para muestreos a nivel de campo, mientras que el segundo estaría más bien dirigido a parcelas de tipo experimental.
De dicho estudio se desprende que una planta joven (30 días) con unos niveles de daño moderados, puede recuperarse plenamente si los factores ambientales favorecen el control natural de la plaga. Sin embargo, cuando la planta presenta un estado más adulto (60 días), se produce una disminución en el rendimiento en forma lineal al aumentar la intensidad del daño foliar, observándose que ésta aumenta progresivamente a medida que avanza el desarrollo del cultivo. Por tanto, se confirma la capacidad de recuperación de las plantas en sus primeras etapas de desarrollo, mientras que en etapas más adelantadas la persistencia del daño es mayor y su efecto resulta irreversible sobre el rendimiento.
En definitiva, resulta muy complicado cuantificar la merma de producción que puede originar una infestación elevada del gusano cogollero en las plantaciones de maíz. Por lo tanto, hay que tener presente la seria amenaza que supone esta plaga, no sólo para el maíz, sino para cualquier especie vegetal que pueda ser susceptible a sus ataques voraces. Asimismo, también es preciso tener en cuenta su expansión por los continentes durante los últimos años. Por lo que su control se antoja una tarea tremendamente difícil.
Foto cabecera: Ministerio de Agricultura, ZW
Autor: Dpto. de Agronomía Infoagro
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