En el suelo de un pinar se produce siempre una gran acumulación de acículas, acumulación que llaman barujo, pinaza, y otros nombres. Se hace necesaria su eliminación, y generalmente hay dos procedimientos: o la recogida en bolsas para que empresas especializadas las retiren, o la quema donde y cuando lo permitan.
Nos parecía que la quema, aunque autorizada, era demasiado agresiva con el medio ambiente, por lo que, hace cinco años, habíamos ido creando una gran pila para, una vez totalmente limpia la parcela, proceder a su embolsado. También nos habían hablado de que, acumulándolas en una bolsa, en un año se producía algo de compost, aunque éste tenía el inconveniente de ser muy ácido.
Aquel otoño fue muy lluvioso, y las agujas de la parte baja del montón habían estado bastante húmedas durante mucho tiempo. Al destaparlas encontramos algo de tierra negra, ciertamente, pero también unos gusanos blancos y gordos que sólo estaban en la parte empapada. Al observarlos durante un tiempo nos dimos cuenta de que la tierra negra era en realidad humus producido por las deyecciones de esos gusanos, porque aún la mantenían en la parte posterior de su abdomen (foto 1).
Aquello nos decidió a iniciar un experimento: ¿que pasaría si creáramos un área herméticamente cerrada, con abundantes acículas, mucho riego y aquellos gusanos? Así que, dicho y hecho. Llenamos tres bolsas grandes con agujas de pino, oscuras por lo mojadas, y repartimos en ellas los 10 gusanos que encontramos.
Aún no sabíamos que a esta especie de gusanos les llamaban “gusanos blanco”, y que eran una plaga para el césped y otras plantas, pero llegamos a saberlo pronto documentándonos en algunas revistas y webs. Un problema, la pinaza, y una plaga, los gusanos. ¿Sería posible que de esta unión saliese algo bueno?
Nuestros gusanos —digo “nuestros” porque de ellos tratamos— nos parecían y nos siguen pareciendo algo distintos a los que veíamos en las reproducciones y en los artículos. La cabeza es más pequeña y sin las grandes mandíbulas de los otros que veíamos (foto 2). También los tres pares de patas son mucho más pequeñas que las de los demás (foto 3). Quede esto como una descripción somera de los protagonistas, sin meternos en clasificaciones zoológicas para las que no estamos preparados. Alguien nos lo precisará más adelante, sin duda.
Por ahora los llamamos “gusanos Canocho”
La cuestión es que durante cinco años hemos seguido un método experimental, que ahora describimos, con los comentarios pertinentes en cada parte.
Como hemos dicho, el principio del ciclo es rellenar las bolsas con pinaza, regarlas abundantemente y cerrarlas de forma hermética (fotos 4, 5, 6, 7 y 8). El riego hemos constatado que depende de la estación del año. Durante primavera y otoño basta con humedecer mucho la bolsa una vez al mes; durante el verano aumentamos a dos veces al mes; en invierno hay suficiente con una vez en los tres meses, porque los “canochos” están hibernados y ni comen ni se mueven.
El cerramiento de las bolsas garantiza que no hay acción exterior alguna. Los insectos no pueden entrar, el polen y otros elementos tampoco, y los pájaros no pueden comerlos... aunque lo intentan si una bolsa se rompe por abajo. Y ese cerramiento también es fundamental para dos cosas: evitar que se produzca mal olor y haya mosquitos, y comprobar que la reproducción se produce aunque no haya agentes externos suficientes.
En los diversos artículos que hemos consultado, se habla de que el escarabajo (al que dan diversos nombres) pone los huevos, que eclosionan en el primer año; el segundo año, las larvas (los gusanos) comen vorazmente durante la primavera y verano y luego se entierran para hibernar; el tercer año vuelven a hacer lo mismo, y se van convirtiendo en “pupas”; y en el cuarto año las “pupas” se convierten en nuevos escarabajos.
Ese ciclo no se ha dado con los “canochos”.
Encerramos gusanos en las bolsas, no escarabajos, y las cerramos herméticamente. Ningún escarabajo ni otro insecto ha podido entrar en ellas, y los gusanos han ido reproduciéndose continuamente. De los diez “canochos” iniciales tenemos actualmente casi trescientos, y las tres bolsas iniciales son ahora cuarenta y dos. En todas ellas sólo hemos encontrado cinco escarabajos, que han tenido que desarrollarse en el interior: unos con los élitros dorados y el abdomen oscuro (fotos 9 y 10), y otros con los élitros verde brillante con el abdomen rojo (fotos 11 y 12).
Foto 12
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En cambio, los gusanos, como hemos dicho, se han reproducido enormemente. Si a cada larva correspondiera un nuevo escarabajo, como afirman los artículos consultados, lo lógico sería haber encontrado alrededor de trescientos insectos adultos, pero, como también hemos afirmado, sólo encontramos cinco. En cambio las larvas han seguido reproduciéndose.
El lugar donde tienen efecto las transformaciones también es distinto. Los huevos de donde salen los escarabajos —sólo hemos encontrado uno— son irregulares, como si no tuvieran “práctica” (foto 13). Los de los “canochos” son perfectamente elípticos y regulares (foto 14) y de ellos sale directamente el gusano (fotos 15 y 16).
El material de las cápsulas depende de los materiales del entorno. Dentro de las bolsas, los huevos son de color oscuro porque las larvas utilizan sus propias deyecciones, el humus. En cambio, cuando se rompió una bolsa y tardamos en sustituirla, los gusanos del fondo pasaron a la arena del pinar, enterrándose unos diez centímetros y haciendo allí sus huevos, que entonces fueron del mismo color que la tierra que los rodeaba (foto 17).
Aunque abríamos las bolsas para regarlas, el humus no era visible desde arriba, por lo que, para saber si había ya una cantidad suficiente, y si era necesario el añadido de agujas para la alimentación de los gusanos, nos guiábamos por el volúmen de la bolsa, que disminuía según iban siendo sustituidos los espacios vacíos entre las acículas por el material más compacto del compost ya elaborado. Como el tamaño de las bolsas ha sido siempre el mismo, era fácil ver cuándo una de ellas se había reducido dos tercios. El tercio que quedaba era, en un ochenta por ciento, humus. Para confirmarlo, solo había que tocar la bolsa y constatar que el tacto era mucho mucho más denso.
El proceso lo documentamos en la siguiente serie de fotografías:
Foto 18: Aspecto después de un mes
Foto 21: Aspecto después de nueve meses. Quince días antes de la criba dejar de regar, para que el humus esté más suelto y pueda pasar por los agujeros del cedazo.
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Foto 22: Los primeros gusanos aparecen entre el humus (flechas rojas). Trasladar éstos, y los que vayan emergiendo posteriormente, a otra bolsa con pinaza nueva.
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Foto 23: Van apareciendo también gran cantidad de huevos (flechas amarillas) que, por su forma ovalada, se distinguen bien de los amasijos de humus húmedo. Trasladarlos también a nuevas bolsas.
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Foto 24: El resultado tras el cribado es un humus suelto, de textura suave y densidad similar a la de la arena de la playa, donde la mano se hunde. No huele, y es fácilmente manejable. La cantidad de humus por bolsa dependerá del tamaño de cada bolsa y de la cantidad de "canochos" que hayamos puesto en ella.
Foto 25: Listo para extender o guardar
CONCLUSIÓNRespondiendo a la pregunta que nos hacíamos el principio, comprobamos que es posible unir dos elementos conflictivos, la pinaza y un gusano-plaga, para obtener un humus no ácido con el que hemos conseguido un espectacular crecimiento en plantas tan lentas como las encinas, y unos productos de huerta que nunca han tenido plaga alguna y que han dado gran cantidad de frutos, además de tener vistosos colores y un magnífico sabor.
Autora: Raquel de las Heras González