La contestación social a los proyectos de energías renovables está llevando a empresas y organismos a intentar un blanqueamiento de estas iniciativas, buscando minimizar en la opinión pública la afección que sus planes tienen en la tierra agraria, en el medio rural y, por extensión en toda la sociedad.
Se han hecho eco de un estudio en el que se asegura que solo el 0,2% de las tierras fértiles en España están ocupadas por paneles solares, lo que se traduce en total de 47.298 hectáreas. Estas son las cifras hasta el momento, en las que no aparece, por ejemplo, ninguno de los proyectos que quieren instalarse en Álava. Pero también según datos oficiales, el Gobierno tiene como objetivo conseguir que el 74 % de la energía eléctrica sea generada mediante fuentes renovables en 2030 y el cien por cien en 2050. En 2022 el 22,1% del consumo bruto final de energía en España correspondió a fuentes de energía renovables. Para alcanzar estas cifras, por tanto, va a ser necesario cuadruplicar las hectáreas de paneles solares en la península. Nos abocamos, por tanto, a la desaparición de miles de hectáreas de suelo fértil destinado actualmente a la producción de alimentos, de los que viven cientos de familias, con explotaciones familiares pequeñas, que generan empleo y vida en el medio rural. No hace falta recordar que las instalaciones fotovoltaicas tienen un impacto mínimo en la generación de empleo y que desplazan a los habitantes del medio rural, ya que nadie quiere vivir rodeado de placas solares.
Por otra parte, si traducimos sólo las hectáreas que ya han desaparecido de tierra agraria fértil a generación de alimentos, esas casi 50.000 hectáreas podrían haber producido, por ejemplo, 275.000 toneladas de trigo, lo que supondría aproximadamente 198.000.000 de kilos de harina que, llevadas a un alimento tan básico como el pan, supondrían 1.108.800.000 barras de pan.
Con esta cantidad se podría alimentar a alrededor de 8 millones de personas durante un año o a la población del País Vasco durante cerca de 4 años. En los últimos años hemos visto que la incidencia de crisis como la guerra de Ucrania o el Covid nos han hecho enormemente vulnerables frente a los mercados externos, siendo más necesario que nunca contar con producción de alimentos locales con los que abastecer a nuestra sociedad y a nuestras empresas de alimentación. Estamos derivando la riqueza intrínseca de la producción de alimentos, un beneficio para el conjunto de la sociedad, hacia una producción de energía que enriquece únicamente a las grandes corporaciones. No podemos quedarnos callados mientras esto ocurre. Toda la tierra agraria fértil es necesaria para el futuro de nuestra sociedad.