Dicen los expertos que los cultivos, con el tiempo, se han hecho adictos a los fertilizantes sintéticos. No es extraño; desde que llegaron al campo (en el año 1913), la producción agraria no para de crecer exponencialmente. Los fabricantes dicen que, sin ellos, el mundo necesitaría 1.100 millones más de hectáreas para producir lo mismo. Así de imprescindibles son para que en las tierras broten buenas cosechas. Precisamente por ello, se han convertido en el centro de los mercados de insumos y no hay mal que no les concierna. A la reciente subida inédita de los costes energéticos antecedió una caída productiva tras la pandemia, después un colapso en el transporte por la crisis de los fletes, un crecimiento mundial de la demanda de nutrientes agrarios y, como colofón, la guerra.
Pues bien, no era todo. Ahora, a toda esa retahíla de causas que disparan el precio final del producto hasta el punto en que algunos agricultores no pueden sembrar o están sembrando sin fertilizar porque no pueden pagarlos, se une la especulación. Y éste es el otro factor que influye, de manera decisiva, en el aumento de los precios de los fertilizantes: las ganancias de las empresas que los fabrican. El mercado mundial de los fertilizantes, que se estima alcanza un volumen anual de 200 mil millones de dólares, está controlado por tan sólo nueve empresas, de las cuales sólo cuatro de ellas controlan el 33% de toda la producción de fertilizantes nitrogenados. El coste se ha triplicado desde la pandemia. Y aunque parezca mentira, la lógica mercantil ha funcionado incluso dentro del huracán: las empresas han ido trasladando (con generosos márgenes, por lo que se ve) los incrementos del coste de sus insumos a los precios finales de producto (algo que no pueden hacer los agricultores) y el resultado es que, tras la pandemia, las nueve empresas que dominan todo el mercado mundial de fertilizantes han aumentado sus beneficios un 440 por ciento.
Todo ello a pesar de que recientemente, cuando los precios del gas se han hecho mareantes, las fábricas europeas han tenido que cerrar casi un centenar de plantas, aunque, ahora, tras el relajamiento de la subida de esta fuente de energía, comienza a reabrirse lentamente.
Los datos han sido calculados por las organizaciones internacionales de defensa de la biodiversidad alimentaria Grain e Institute Agriculturae Trade Policity. Y sus fuentes son las cuentas de resultados entregadas por las propias empresas. El informe elaborado por estas organizaciones llamado “La trampa de los fertilizantes” estipula que las nueve firmas aludidas terminarán este ejercicio con un beneficio de 57.000 millones de dólares. Mientras que en 2020 la ganancia fue de 13.000 millones.
No en vano, solo los agricultores de los países que conforman el G-20, habrán pagado por los fertilizantes esenciales, esta campaña y la anterior, 21.000 millones de dólares más que en 2020. Y en estas cantidades, las empresas diluyen incluso los cierres temporales a los que se han visto obligadas cuando ha habido carencia de insumos o éstos han alcanzado un nivel de precios inasumibles.
Para las citadas organizaciones Grain e IATP, las empresas “no solo han demostrado que son capaces de sortear las difíciles condiciones del mercado, sino que, además, están obteniendo beneficios mucho mayores de lo habitual”, expresan desde UPA-COAG.
Los agricultores de Castilla y León hoy por hoy están abonando a pérdidas. Esto es, con los precios actuales de cultivos como cereales, perderían dinero. Otra cosa es que, dada la volatilidad de estos precios, queda la esperanza de que en la época de recolección se incrementen lo suficiente para que haya beneficios.
Solo en Castilla y León los agricultores han pagado por los fertilizantes un sobreprecio que supera los 500 millones de euros desde que estalló el boom de precios. Estos inputs suponen casi la mitad del gasto que afrontan los agricultores y ganaderos de nuestra región en costes de producción, concretamente el 44 por ciento. El resto de la factura total lo constituyen semillas, fitosanitarios y gastos energéticos. Hasta el boom que desbocó los precios, los campesinos de nuestra región compraban fertilizantes y enmiendas por valor de 421 millones de euros, cantidad media anual de los últimos 10 años, según datos de las cuentas económicas de agricultura de la Junta de Castilla y León. Algunos agricultores no han utilizado estos abonos simplemente porque no han podido pagarlos. De ahí que la cifra de toneladas de fertilizantes que anualmente se gasta en el campo de castilla y León, 1,1 millones de toneladas, también haya caído.
En este lapso aludido (2021- 2022), en Castilla y León, según datos de UPA-COAG, el precio del abono de fondo paso de costar 290 euros la tonelada a 735. Los llamados abonos de una sola aplicación, NPK estabilizado, se ha disparado últimamente otro 20 por ciento, hasta alcanzar los 800 euros la tonelada y, los nitrogenados han vuelto a subir otro 25 por ciento hasta los 750€ la tonelada. Sin embargo, en las últimas semanas, dadas las caídas de los precios del gas y la electricidad, la curva ascendente que mide los precios se aplana.
El precio de los fertilizantes químicos arruina a los agricultores y, por ende, reduce la producción e incrementa el precio de los alimentos. Todo ello incide en el riesgo de desabastecimiento de productos básicos como el trigo, el maíz o el arroz, esenciales en las economías en desarrollo.
Las organizaciones de defensa de la biodiversidad, las antes aludidas y otras diferentes, denuncian que “durante el último siglo estos fertilizantes han sido intensamente promovidos por instituciones globales, gobiernos y representantes de agronegocios como un medio para aumentar el rendimiento de los cultivos, ignorando o subestimando otras opciones para aumentar la fertilidad del suelo y la producción de alimentos. Como resultado, desde la década de 1960 el uso mundial de fertilizantes químicos se ha multiplicado por diez”.
Sin embargo, comienza a surgir una reacción procedente también de los poderes públicos que preconiza la utilización de medios alternativos de abonado basados en desechos agropecuarios. El ministro de Agricultura, Luis Planas, ha animado a invertir en la transformación de residuos de granjas en fertilizantes orgánicos, mientas que el presidente de Aragón, Javier Lambán, anuncia un programa piloto para convertir desechos orgánicos en fertilizantes biológicos procedentes de purines y estiércol.
Pero, hoy por hoy, este tipo de fertilización no sería suficiente para afrontar las grandes extensiones de cultivo. De hecho, se utilizan para agricultura ecológica, viñedo y, en todo caso, podría ser un complemento de los abonos utilizados en las grandes extensiones. Otra medida necesaria es reducir el volumen de utilización, para lo que resultarán muy útiles las nuevas tecnologías y la agricultura de precisión, que permiten aplicar el abono de manera localizada y en función de las necesidades concretas del cultivo en cada parte de la parcela a fertilizar.